OTOÑO

El otoño es caprichoso. En cuanto el verano empieza a agonizar seduce a la luna para alargar sus noches y cubrir con una fina capa de barniz los páramos y avenidas. Otoño significa volver a empezar y arrastrar los pies entre montones de hojas secas que se quiebran, casi sin tocarlas cuando la escarcha nocturna las abraza. El otoño es ocre, rojizo y amargo, es del color de las brasas y huele a castañas asadas. El otoño se parece al café recién hecho y a las gotas de lluvia en un cristal frío, y tiene la textura de una bufanda de lana.
Este otoño además nos hiere la piel al besarnos, se aprieta entre las colas de las oficinas de empleo y se camufla entre la prensa salmón para darle un tono carmesí a los números. Octubre abre la puerta y te insulta, te recuerda que este mes tampoco. Que esta estación tampoco. Y grita y empapa y sientes frío. Y junto a la ventana calienta tus manos una taza de porcelana que humea, te reconforta el aroma a tostado del café pero no espanta a las nubes que derraman con violencia torrentes sobre los cristales.
Salamanca está hecha de otoño, del color de la piedra ambarina de Villamayor que se deshace cuando la acaricias, porque no hay árboles, ni se intuyen. No gustan las sombras en otoño. Morirá otro otoño tal vez en unos meses, y seguirá siendo otoño. El verde aquí solo preside un cartel imponente de un novedoso centro comercial. Otoño en crisis. Las cosas no cambian aunque le cambiemos el nombre.