MENSAJE EN UNA BOTELLA

No te explicaré ni una de las gotas que guarda este charco de salvaje honestidad. Obsérvame como sujeto impávido en el horizonte de una de las historias que he creado para ti. Yo, hace días que no te he perdido de vista y ya se derraman las letras de entre mis dedos como el agua que corre porque no podemos sujetarla. No es mi acto desinteresado, jamás asumiré un papel que no consista en interpretar mis ideas, mas considerarme avaro puedo al mandarte este mensaje con la egoísta pretensión de no ver más naturaleza esclava. Porque me duele ver prisiones en los márgenes del mar, porque no seré la presa que estanque el agua que nació libre, y que libre habrá de correr.

Tan solo quiero explicarte que somos frágiles, tan frágiles que pueden estremecernos unos acordes, tan débiles que el orden de unos lexemas nos puede conmover. Hemos cargado de significado cada uno de los símbolos inertes que nos rodean para crear infinitas vidas de repuesto. Pequeños paraísos soleados en nuestra cabeza donde escondernos cuando la piel se quiebra por la tormenta. Oirás a muchos necios que habrán de llamar mentiras a nuestros paraísos de agua cristalina, se equivocan. Pues nada hay más real que se erice tu piel con el viento que mueve las palmeras y que sea la lágrima que cae, el mar que huye en las mareas, que huye del sol, porque no lo puede alcanzar.
Odio el asfalto que nos rodea porque por él muchos han hipotecado sus paraísos, porque esta vida simple de carne y huesos rotos está limitada por paredes macizas que hemos ido levantando para no acordarnos que un día bajo la pintura gris hubo fina arena, verdes palmas y brisas tropicales. A veces, me da por caminar, hacía mucho tiempo desde la última vez, pasear durante días sin rumbo huyendo del hormigón.
Tanto caminé esta vez que no hubo asfalto bajo mis pies sino la tibia arena de nuestros cuentos. Al fondo, el mar y el cielo se confundían, coros de gaviotas acompañaban el melancólico silbido del viento libre, ese viento que no tiene ventanas contra las que chocar, porque en esta tierra jamás osó el hombre encadenar a ninguno de los elementos.
Tú estás descalza, tus pies se mojan cuando las olas mueren en la orilla. Miras al cielo y adoras ver el sol, pero igual que la marea has pensado en huir porque crees que no puedes tocarlo.
Hoy te ha distraído este mensaje que en el interior de una botella han traído las olas a tus pies. En este oasis el agua corre, los tabiques son de coral. Te ha llegado mi mensaje porque nunca osaste encadenar a ninguno de los elementos, de haberlo hecho jamás hubiera inquietado tus pies mi botella verde.
Ámale si ha de ser, o no le ames. Ódiale si prefieres o talla un cristal opaco con la distancia para que no pase ni uno de sus dorados rayos. Traza férreos barrotes a tu alrededor o prende fuego a tu pequeña playa paradisíaca. Dibuja letras gigantes en la arena usando la palma de tus manos o simplemente parpadea cuando estén secas tus pupilas... pero no mataremos el sol, por sembrar de sombras la tierra.
No me necesitas para ver el sol, ya te mostré donde está el oriente. Cuando el amor rebosa es agua que debe correr.
No sé si alcanzarás el sol porque he decidido ser náufrago en esta historia, ya que yo empecé a escribirla.
Pero tuve que mandarte este mensaje desde mi retórica orilla al ver que te despedías de nuestro paraíso soleado sin haber siquiera alzado tu mano para intentar rozar el sol.