¿En qué momento perdimos el Norte?

Tenía un tacto gélido. Frío. Su piel empapada de horas muertas era letal como acero cortante desprendido de sus lacrimales. Acumulaba en sus sienes una tensión que terminó convirtiéndose en cotidiana, la presión recorría sus nervios hasta las terminaciones afiladas de sus párpados que repiqueteaban al compás del murmullo de los teclados de la oficina, sólo enmudecido por el quejido ronco de una antigua impresora.

Sus facciones imperturbables se contraían al compás que marcaba su alargada mandíbula mientras mascaba un chicle que había perdido su sabor hace horas. Luces fluorescentes tiritaban en un cielo inventado mientras deslucían su mirada metálica, cimentada sobre un punto de sutura, cicatriz impertérrita que corrompía el cariz original de sus pupilas inquietas.

Ojalá hubiera aprendido a tocar el piano, pensó de pronto, violando el código ético que él y todos sus compañeros juraron cumplir, mientras metacarpos y falanges dibujaban en su cabeza melodías de ensueño. Aventurado se vio esbozando constelaciones de sonidos sacrílegos. Florecieron de sus dedos elegías, coloridos versos que se disipaban al alcanzar la atmosfera de lo prohibido.

Hubiera preferido mil veces sucumbir al asedio de los corsarios que tostaban su tez a merced del salitre de los alisios, perecer regando los campos yermos de Jerusalén con las flores que vierte el acero toledano, fundirse en la resina ávida de la tinta que esculpe versos, dolientes, ajados como su corazón de trapo estéril. Pero en este puerto no atracan navíos, enmudece el viento y los susurros del mar, y las estrellas agonizan tras un manto fúnebre que desdibuja la Osa menor. El sol inquieto escupe sus rayos sobre la opacidad de los tabiques que besan el cielo con supremacía, manto impermeable bajo el cual hibernamos.

Ojalá, susurra para sí. No le consuela el devenir de las horas porque es consciente en su letargo de que mañana se encogerá de nuevo su pecho y apretará ferozmente hasta quebrarle el ánimo, se secará su garganta muda y se mojarán sus pies con los témpanos que en derredor se consumen y naufragará, como cada día, su barco de papel, que navega despistado, sin referencia ni astrolabio, sin poder abrazarse a la Estrella Polar que otrora marcó el Norte que perdimos, antes incluso, de llegar a conocerlo.