
Si bienvenida debe ser la primera de mis palabras, gracias es, sin duda la segunda. Gracias por acercarte a escuchar, sin esperar más que lo que pueden ofrecerte las palabras.
Palabras, que han marcado mi trayecto estos años salmantinos, palabras de trapo, las más, chistes de borrachos, piropos mal tirados, retahílas que escupía para memorizar algún tema ya olvidado, ron con historias, excusas de todo a cien, llamadas que comunican...
Palabras de terciopelo, las menos, pero las más grandes, las que cuesta ahora meter en el macuto mientras silba el tren. Palabras de esmalte, de lágrima facilona, despeinadas en un atril. Palabras que te dejan en cueros delante de una persona... o de mil, encorbatadas o desnudas de imagen, moldeadas en estudio o con tinta impresas. Palabras que temblaban al iniciar el camino... y que aprisa fueron soltando el lastre miedoso que las pertubaba para colarse por los huecos de los caparazones rotos.
Palabras, esas que te gustaban o detestabas, las que esperabas y las que no llegaban.
Amante pues de la palabra, no podía hoy decirte a ti, que abandono Salamanca con un mísero Adiós. No era de recibo ver tu nombre junto al de otros tantos en uno de esos correos interminables en los que redactamos hasta el mínimo detalle de nuestras partidas. No sería justo, tampoco obligarte a escucharme. Así pues, recibe con cariño estas palabras, las penúltimas escritas desde el campo charro que únicamente querían reiterarte lo que ya sabes. Puedes contar conmigo.