
Sé que ya no se pliega tu pupila ante el destello de mis palabras incendiarias, vomitando la luz cegadora que teñía de púrpura el ocaso de nuestras miradas. Y la pasión expira con el mismo suspiro con que nace, fugaz y penitente, enmascarada, intentando despitar a la implacable realidad que la aturde.
Puede que se apague, como una perseida al besar nuestra atmósfera, egregia y única, mortal destello que se desvanece en tu retina. Puede que entierre el pincel que acarició tu epidermis insertando revoluciones.
Y es que toda luz que deslumbra con su intensidad cuanto la rodea, está condenada a apagarse antes que las demás. Lo sé.