
Un milenio después, en el Puerto de Palos de la Frontera se izaban las velas de la Santa María, una nave de expedición con fines comerciales que cambiaría para siempre la historia de un continente acabando sin pudor con siglos de cultura y civilizaciones. Mientras las embarcaciones colombinas besaban el vasto Atlántico una niña jugaba descalza bajo la lluvia ecuatorial ajena por completo a que iba a engendrar al último emperador inca que en nuestra ciudad sólo es conocido por ser el nombre de una popular discoteca.
Nada ha cambiado en la Historia, se escribe con amos y sometidos, imperios colonizando a los pueblos bárbaros. De la Roma que nos dio el latín y el derecho al evangelismo que Castilla sembró en las Indias Occidentales. Metrópoli ahora la Gran Manzana, paraíso de basura, materialismo y deshumanización.
Todavía recuerdo a mi anciana bisabuela, una mujer enjuta y delgada subiendo cayado en mano la cuesta del cementerio para honrar a nuestros difuntos en el Día de Todos los Santos. La acompañaba mi abuela, que siempre aquellos días olía a flores y dulces. Saborea mi memoria pestiños y buñuelos junto al brasero antes de subir a la plaza donde los más jóvenes del pueblo representaban algún acto del Tenorio.
Han pasado no tantos años y este día me sabe a derrota, a disfraces de Halloween y McDonalds, a botellón y niños con calabazas que sin darse cuenta enarbolan los estandartes y pendones del ejército invasor. Digiero otra gran victoria de la globalización subyugando a las masas endebles. "Dios, qué buen vasallo si hubiese buen señor", que decía el Cantar.