Nuestro ídolo no era guapo. Le recordamos los que nacimos en los ochenta ya con su pelo blanco y su aspecto de abuelo entrañable y torpón. Más bien era feote, de ásperas facciones, como su humor. No conducía un deportivo de esos que suenan mucho cuando aceleran, no tenía diamantes ni tatuajes, ni la prensa dedicaba varias páginas a sus quehaceres diarios. Nuestro ídolo no salía con modelos, en
galas ni fiestas, ni vestía llamativos trajes. Su prenda favorita era el chándal. No era imagen de grandes multinacionales, de hecho era más bien desaliñado y su mote "zapatones" no cuajaría en ninguna revista de renombre. Nuestro ídolo trabajó mucho, hasta que no pudo más. A nuestro ídolo le querían casi todos. Y a mí me gusta que este sea nuestro ídolo como me gusta el sonido del papel de plata de los bocadillos en los descansos. Y me gusta llegar ronco los lunes. Me gusta ponerme dos pares de calcetines para ir al Calderón y que mi madre me recuerde que me abrigue. Me gusta que molestemos a un sistema creado para dos porque me gusta los que me conocéis, ser mosca cojonera. Y me gusta salir oliendo a calamares cuando bajo la calle Toledo. Me gusta lo imposible. Me gusta Luis y lo que representa, y que sea mi ídolo. Dejadme estas cosas, y yo os dejaré los lideratos, los títulos de antes y ahora, los guapos y los premios a mejor lo que sea, os dejaré los lujos y las portadas. Los minutos en telealgo son vuestros. Mi pasión no es numérica, es difícil cuantificarla en décimas o novenas, por eso no se puede atrapar y es indestructible. Como Luis. Ya es eterna.





Apretó los ojos con fuerza intentando hundir el botón que
capturara ese momento. La lucha contra la levedad le persiguió toda su vida, e
intentaba como un niño con un cazamariposas corretear por mil parajes para
cazar instantes preciosos. Aquel día la lluvia y el viento azotaban con
violencia la ciudad, y en mitad de todos y de nadie dos jóvenes se besaban
protegidos por un portal. Los meteorólogos posiblemente no lo advirtieron, pasó
desapercibido para la mayoría de viandantes de aquella plaza, y seguramente a
nadie le importó que aquellos jóvenes tuvieran entre sus labios el epicentro de
la ciclogénesis que revolucionó el país aquella Nochebuena.
Sólo si eres consciente de la
levedad de tu tiempo, de lo ínfima que será tu historia en el devenir de los siglos, serás capaz de entender que la vida no es un recorrido extensivo. Sino
una estrella fugaz que antes de desvanecerse en la atmósfera debe brillar con
una intensidad brutal.








Hoy nadie le escribirá versos al rocío porque es de piedra, aristas níveas quebrando los secos pétalos que osaron abandonar el redil. La escarcha ha marchitado las flores que planté para ti. Sé que no te importa, siempre has desdeñado mis halagos, siempre sin embargo, los has tenido.
Parece que estoy viendo todavía a esa charanga de pueblo amenizar las frescas veladas estivales, es un pasodoble amargo, la mujer morena de Julio Romero, la morena de mi copla. Apenas han dado las doce en punto y la pequeña plaza de Pino acoge a varias parejas de viejos agarrados, juntos, muy juntos. Hacen el amor al ritmo de copla. Algunos jóvenes, escasos, se cruzan de brazos y miran a los cinco músicos uniformados y a la cantante entrada en carnes. En todas direcciones sobre nuestras testas se cruzan y entrelazan multitud de ornatos y banderines que hacen una orgía de colores a la luz de una despótica luna y de los focos impertinentes que ciegan a los presentes. Olor a colonia barata y humo artificial que lanza un cachivache de la orquesta. Un manto de estrellas adorna el firmamento, limpio firmamento de la tierra hurdana.